Breve historia del Cristo de Cabrilla
Texto de Lázaro Gila Medina

A priori hemos de señalar que en esta localidad, la denominación más común es la primera, e igualmente, nunca jamás se ha hecho distinción alguna entre la copia de aquí y el original de la ciudad castellana -al que algunos grabadores tomaron por modelo a la hora de realizar sus estampas que, a partir de Cabra, se difundirían por Andalucía-. Igualmente, en toda la documentación oficial, siempre, se le denominó como Santo Cristo de Burgos. La segunda advocación -Cristo de Cabrilla-, mucho más localista, en cambio sí tuvo antaño un fuerte arraigo en el ámbito rural, popular y cofradiero, tanto en este lugar, como fuera de él, por la gran incidencia que tuvo su devoción en estos sectores.

Fue un hecho accidental el que hizo que, en la víspera del veinte de enero de 1637, llegara a esta pequeña aldea de pastores una copia en pintura del Cristo de Burgos. El relato de los hechos, que sacarían a este lugar del anonimato para convertirlo en un afamado y concurrido santuario de peregrinaciones, debido a su carácter tan extraordinario, fue recogido por numerosos medios y personalidades, en gran medida coincidentes en su narración. No obstante, en esta ocasión seguiremos al carmelita descalzo, Fray Antonio de Jesús María[1], quien en su biografía del Cardenal Moscoso y Sandoval, -era obispo de Jaén cuando ocurrieron los hechos- le dedica un largo capítulo, siguiendo, como el mismo afirma, el escrito, que, de su puño y letra, le había facilitado el noble burgalés D. Jerónimo de Sanvítores y de la Portilla, legítimo propietario del lienzo[2].

El texto del carmelita empieza en 1633, cuando D. Jerónimo, caballero santiaguista, estando en Madrid, como procurador a Cortes por su ciudad natal, Burgos, donde era alcalde mayor y perpetuo -con el tiempo alcanzaría altos cargos palatinos-, sufrió una grave enfermedad, siendo, incluso, desahuciado por los médicos. Como buen burgalés llevaba consigo un pequeño retrato del Santo Cristo “que se venera en el Convento de San Agustín, cuyos innumerables milagros han hecho más célebre a aquella Ciudad en el orbe, que lo suntuoso de sus edificios y la nobleza de sus caballeros…” -certera idea, pues Burgos en el mundo Hispano e Hispanoamericano no es conocida tanto por su excepcional patrimonio histórico-artístico como por el Cristo de su advocación-. A Él se encomendó, ofreciéndole en gratitud visitar su capilla, lo que cumplió al recuperar la salud. Es en este momento, cuando, deseoso de poseer una copia más grande y hermosa, pide, sin éxito, a los religiosos agustinos licencia para mandarla hacer -el Cristo de Burgos estaba cubierto por unos velos que solamente se descubrían los viernes después de la misa conventual, momento que aprovechaban los devotos para visitarlo y orar ante Él, por lo que sería muy molesto que al mismo tiempo un pintor estuviese allí trabajando-.

Vuelto a Madrid, pues era miembro del Consejo de Hacienda y Millones, consiguió el permiso del Provincial de la Orden, Padre Fray Diego de Rivadeneira, quien, además, se vio muy presionado por el Padre Fray Alonso de Sanvítores, monje benedictino, en esos momentos General de la Orden y hermano de D. Jerónimo. Aunque sus muchas ocupaciones cortesanas hicieron que pasaran dos años sin materializar su anhelado deseo.

Hará falta otro importante suceso para que D. Jerónimo, de nuevo, vuelva pedir la protección del Cristo de Burgos. Se trata de su nombramiento como corregidor de México, capital del virreinato de la Nueva España. Sintiéndose ya sin fuerzas para tal aventura suplica al rey Felipe IV tenga a bien permutárselo por otro cargo, acudiendo al Cristo de Burgos para que fuera su valedor ante el Monarca. El rey accede, permutándoselo por el corregimiento de las ciudades de Guadix, Baza y Almería -estamos ya en 1636-, siendo ahora cuando D. Jerónimo, estando en Burgos para preparar su traslado, logra hacer realidad su pretensión. El pintor encargado fue Jacinto Anguiano Ibarra, un artista burgalés de mediana calidad, discípulo de Mateo Cerezo, el Viejo, quien, tras pasar el día 20 de septiembre cuatro horas en la capilla del Santo Cristo, elaboraría un boceto que, a continuación, acabaría en su estudio -de él existe otro cuadro en la iglesia del Monasterio burgalés de las Huelgas-, resultando la copia, según nuestro carmelita, “tan parecida, así en la simetría del dibujo, como en la bien templada mezcla de las tintas –colores-, que todos juzgaron no haber visto otra cosa tan semejante…”. Así pues, el Cristo de Cabrilla tendría faldellín blanco, con una cenefa de encaje con delicadas puntillas, similar a unas enagüillas -de ahí que también, popularmente, se le haya conocido como “Santo Cristo de las enagüillas”-, la calavera en la parte inferior, sobre ella un huevo de avestruz y no tres como tradicionalmente se viene afirmando, la confusión procede de que los clavos de los pies llevan las cabezas tan grandes que algunos hayan pensando que podrían ser también huevos y todo ello sobre un pequeño montículo -el Calvario o Gólgota-. A partir de aquí, las variantes se multiplicarán al hacerse las reproducciones no directamente del original sino de grabados, descripciones orales de devotos, otras reproducciones, etc. Jerónimo envía sus pertenencias a Guadix, su nuevo destino, llegando la comitiva a esta localidad, como hemos anticipado el 19 de enero. No obstante, y aparece recogido en éste y en otros textos más o menos coetáneos, antes de llegar a Cabra ya ocurrieron algunos hechos especiales. Así al atravesar la caravana el río Jandulilla, que por la fecha venía bastante crecido, todas las cajas se mojaron, excepto la que transportaba enrollado el lienzo del Santo Cristo, y una legua antes de llegar al pueblo “el mulo que traía la caxa se rindió… el arriero repartió su carga entre los otros, no así la dicha caxa que el mismo llevó acuestas hasta el Lugar donde hubieron de hacer noche…”. Se alojan en un mesón, donde el arriero cuenta lo que le ha sucedido en el viaje, despertando la curiosidad de los huéspedes, que consiguen que se abra la caja para ver tan “milagroso Señor”. María Rienda, mujer de Juan de Soto Salas, vecinos ambos de Cabrilla, puso dos bujías que alumbrasen la Santísima Imagen aquella noche. Por la mañana volvió a visitar al Soberano Huésped … Era María Rienda manca del brazo derecho … puesta de rodillas pidió al Señor que la sanase y llevando con la mano izquierda la derecha con ésta tocó la Santa Imagen… logrando la sanación… Pasaba la procesión de San Sebastián por ser su día … salió María Rienda [a la calle], voceando la maravilla, moviendo el brazo que todos habían conocido manco, hasta el punto que era conocida por la manca… [los vecinos] entraron en el mesón para desclavar la Imagen y llevarla en procesión a su iglesia… colocáronla en un altar pequeño y le pusieron una lámpara de aceite… En la cuesta donde se cansó el mulo, que traía la caxa del Santo Cristo se levantó una ermita y puesto una copia, que es muy visitada de innumerables peregrinos … y el mesón se derribó y se ha edificado en él otra ermita, con tal disposición que el aposento donde sucedió viene a ser oratorio ” -la primera ermita señalada [el Nicho de la Legua por estar algo más de cinco kilómetros de la localidad], aún subsiste, aunque, muy a finales del siglo XIX se reemplazó por otra nueva, mientras la segunda, muy transformada, hoy es la sede de la biblioteca pública[3]-.

Ante esta situación, D. Jerónimo, como legítimo propietario del cuadro y con el apoyo de la ciudad de Guadix, pide al Nuncio su devolución, aunque ya recibía multitudinario culto en su iglesia parroquial. Sin embargo, aquí entra en juego la feliz y eficaz intervención de dos grandes personajes: por un lado el obispo de Jaén, cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval, y por otro el prior de la villa, el doctor Palomino de Ledesma y Aguilar, especialmente éste, pues guiado, especialmente, por motivaciones religiosas -a partir de aquí será un gran devoto del Cristo de Burgos- y quizás también pensando en los posibles beneficios de tipo económico que la permanencia en su priorato de tan nombrado Cristo le pudieran reportar, negocia hábil y sutilmente entre unos y otros. El resultado de su gestión es que el 14 de septiembre dicho año, D. Jerónimo de Sanvítores, dona a la iglesia de Cabra el lienzo. Previamente el obispo de Jaén, cardenal Sandoval, le había cedido a cambio una serie de privilegios, como el patronato de la capilla mayor de su iglesia, donde colocaría su escudo de armas, un relato con el milagroso suceso, construir una cripta para su enterramiento y “… que de las cofradías que se hubieren / de fundar y fundaren en la dicha iglesia de Cabri / lla a contemplación y devoción de la dicha / Santa Imagen se de el primer lugar a la / que fundare la ciudad de Guadix y que / cuando viniere a hacer su fiesta principal / a catorce de septiembre salgan las de / mas cofradías a recibirla con sus están / dartes a la ermita de Nuestra Señora / del Rosario -sobre su solar se levanta una moderna ermita a San Cristóbal-. y el prior y clérigos a la / puerta de la iglesia viniendo la dicha // cofradía con su estandarte y no de otra / manera[4]”.


[1] D. Baltasar de Moscoso y Sandoval. Arzobispo de Toledo, Madrid, por Bernardino de Villadiego, impresor del Rey, Nuestro Señor, MDCLXXX. Capítulo IV: “Primer milagro del Santo Cristo de Burgos de Cabra”, pp. 708-729. El citado religioso agustino Fray Pedro Loviano [en las páginas, 90-95 de la obra referida] recoge el suceso. También lo hace, aunque muy brevemente, el historiador de la diócesis de Jaén Martín de XIMENA JURADO, Catálogo de los obispos de las iglesias catedrales de Jaén y anales eclesiásticos de esta obispado, Granada, Universidad, 1991, p. 547 [1ª edición, 1652]. A nivel local destaca, en el siglo XIX el trabajo del prior Juan J. PUGNAIRE. Historia y milagros del Santo de Burgos que se venera en la Iglesia Parroquial de Cabra del Santo Cristo del Obispado de Jaén. Jaén, Imprenta de la Viuda de Guindos, 1986, 64 pp. En el siglo pasado nuestro libro Cabra del Santo Cristo. Su arte e historia, Granada, Sociedad Provincial Artes Gráficas, 1978, pp. 33-56 y recientemente en Cabra del Santo Cristo (Jaén). Arte, historia y el Cristo de Burgos, Granada, Arte e impresiones, 2002, pp. 40-50.

[2] Curiosamente por las fechas en que el libro vio la luz, [Madrid, 1680] acababa de fallecer, siendo enterrado en la primitiva capilla mayor de esta iglesia de la que era patrono.

[3] Nuestro cronista carmelita, no hace mención a otros dos hechos especiales coetáneos, recogidos por el notario apostólico Pedro Moreno Sánchez. Así, antes incluso, sanó de un grave tifus a Juan de Cazorla, huésped del dicho mesón, y a un pobre mendigo que tenía una mano muy disminuida.

[4] Archivo Histórico Provincial de Jaén (A.H.P.J). Legajo, 6871. Folio, 484.

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